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Los Decretos de Dios

Arthur W. Pink

El Decreto de Dios es Su propósito o determinación con respecto a las cosas futuras. Hemos usado el singular porque la Escritura lo hace (Rom. 8:28; Efe. 3:11), porque hubo un solo acto en Su mente infinita sobre las cosas futuras. Sin embargo, hablamos como si fueran muchos, porque nuestras mentes son solo capaces de pensar de manera sucesiva, a medida que los pensamientos y ocasiones se levantan, o en referencia a varios objetos de Su decreto, los cuales siendo varios, nos parece a nosotros que requieren un propósito distinto para cada uno. Pero un entendimiento infinito no procede paso a paso, de una etapa a la otra: que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos” (Hch. 15:18).  Las Escrituras hacen mención de los decretos de Dios en muchos pasajes, y utilizando varios términos. La palabra “decreto” se encuentra en el Salmo 2:7. En Efesios 3:11 leemos “su propósito eterno”. En Hechos 2:23 de su “determinado consejo y anticipado conocimiento”. En Efe. 1:9 del misterio de “Su voluntad” En Rom. 8:29 que el además “predestinó”. En Efe. 1:9 de su “buena voluntad”.

Los decretos de Dios son llamados Su “consejo” significando que ellos son completamente sabios. Son llamados la “voluntad” de Dios para mostrar que Él no estaba bajo ningún control, sino que actuó de acuerdo a su propio placer. Cuando la voluntad de un hombre es la regla de su conducta, es usualmente caprichosa e irrazonable; pero la sabiduría va siempre asociada con la “voluntad” en el proceder Divino, y de acuerdo a ello, los decretos de Dios se dicen que don “el consejo de Su propia voluntad” (Efe. 1:11).

Los decretos de Dios se relacionan a todas las cosas futuras sin excepción: Sea lo que sea que sucede en el tiempo fue pre-ordenado antes que el tiempo comenzara. El propósito de Dios estaba interesado en todo, ya sea grande o pequeño, ya sea bueno o malo, aunque con referencia a esto último debemos de ser cuidadosos en declarar que aunque Dios es el Ordenador y Controlador del pecado, Él no es el Autor del mismo en la misma manera que es el Autor de lo bueno. El pecado no podría proceder de un Dios santo por medio de una creación directa y positiva, sino solamente por medio de un decreto permisivo y una acción negativa. El Decreto de Dios es exhaustivo y su gobierno, extendiéndose a todas sus criaturas y todos los eventos.  Estaba relacionado con nuestra vida y nuestra muerte; con nuestro estado en el tiempo, y con nuestro estado en la eternidad.

Ya que Dios obra todas las cosas según el consejo de Su propia voluntad, aprendemos de Sus obras que Su consejo es tal como juzgamos el plan de un arquitecto por medio de la inspección del edificio que fue erigido bajo su dirección.

Dios no simplemente creó al hombre y lo puso sobre la tierra, y luego lo dejó en su propia dirección descontrolada; sino que el fijó todas las circunstancias en el destino de los individuos, y todos los particulares que incluirían la historia de la raza humana desde su comienzo hasta su final. El no simplemente decretó que las leyes naturales serían establecidas para el gobierno del mundo, sino que estableció la aplicación de tales leyes en todos los casos particulares. Nuestros días están contados (Job 15:5) y también lo están los pelos de nuestra cabeza Luc. 12:7). Podemos comprender cuál es la extensión de los decretos Divinos de las dispensaciones de providencia, en las cuales son ejecutados. El cuidado de la Providencia alcanza hasta la más insignificante de las criaturas, y el más pequeño de los eventos – la muerte de un pajarito, y la caída de un cabello (Luc. 12:6-7

Consideremos ahora algunas de las propiedades de los decretos Divinos. Primeramente, son eternos. El suponer que cualquiera de ellos ha sido concebido en el tiempo porque alguna cosa nueva ha ocurrido; algún evento imprevisto o una combinación de circunstancias se ha suscitado, lo cual ha llevado al Altísimo a formular una nueva resolución – Esto argüiría que el conocimiento de la Deidad es limitado, y que Él se está haciendo más sabio con el progreso del tiempo – lo cual sería una horrible blasfemia.

Ningún hombre que haya creído que el entendimiento Divino es infinito, incluyendo el pasado, el presente y el futuro, jamás asentirá a la errada doctrina de los decretos temporáneos, Dios no es un ignorante de los eventos futuros los cuales han de ser ejecutados según las voluntades humanas; Él lo ha predicho en un sinnúmero de veces, y la profecía no es sino la manifestación misma de Su presciencia eterna. La Escritura afirma que los creyentes fueron escogidos en Cristo antes de la fundación del mundo (Efe. 1:4), sí, la gracia que nos fue dada entonces (2 Tim. 1:9).

En segundo lugar, los decretos de Dios son sabios.  La sabiduría es mostrada en la selección de los mejores resultados y la mejor manera de lograrlos. Que este carácter le pertenece a los decretos de Dios es evidente en lo que conocemos de ellos. Son revelados a nosotros por su ejecución, y toda prueba de sabiduría en las obras de Dios es prueba de la sabiduría de Su plan, en conformidad a lo cual los tales son hechos. Como lo declara el Salmista “¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría; La tierra está llena de tus beneficios”. (104:24). Es ciertamente solo una pequeñísima parte de la creación la cual está bajo nuestra observación, aun así, debemos de continuar aquí tal como lo hacemos en otros casos, y juzgar la totalidad por el espécimen, lo desconocido, por lo que es conocido. Todo aquel que percibe sus obras con destreza admirable en las partes de una maquina la cual él ha tenido la oportunidad de examinar, será naturalmente llevado a creer que las otras partes son igualmente admirables. De la misma manera nosotros debemos satisfacer nuestras mentes en cuanto a las obras de Dios cuando las dudas se interpongan a sí mismas sobre nosotros, y rechazar cualquier objeción que sea sugerida por alguna cosa que no podamos reconciliar a nuestras nociones de lo que es bueno y sabio. Cuando llegamos a la frontera de lo finito y contemplamos el ámbito de lo misterioso, exclamemos “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Rom. 11:33).

En tercer lugar, los decretos de Dios son libres. ¿Quién enseñó al Espíritu de Jehová, o le aconsejó enseñándole? ¿A quién pidió consejo para ser avisado? ¿Quién le enseñó el camino del juicio, o le enseñó ciencia, o le mostró la senda de la prudencia? (Is. 40:13-14). Dios estaba solo cuando hizo Sus decretos, y Sus determinaciones no fueron influenciadas por ninguna causa externa. Él era libre para decretar o no decretar una cosa o la otra. Esta libertad debemos adscribirla a El que es Supremo, Independiente, y Soberano en todas Sus cosas.

En cuarto lugar, los decretos de Dios son absolutos e incondicionales. Su ejecución no es suspendida sobre alguna condición que pueda o que no pueda ser hecha. En cada situación donde Dios ha decretado un fin, Él también ha decretado los medios para tal fin. El que decretó la salvación de Sus escogidos también decretó la obra de fe en ellos  (2 Tes. 2:13). “Mi consejo permanecerá y hare todo lo que quiero” (Is. 46:10): Pero eso podría ser cierto si Su consejo dependiese de un condición la cual no sería cumplida.  Pero Dios “hace todas las cosas según el designio de Su propia voluntad”. (Efe. 1:11).   Paralelo a la inmutabilidad e invencibilidad de los decretos de Dios, las Escrituras llanamente enseñan que el hombre es una criatura responsable y que debe dar cuentas por sus acciones. Y si nuestros pensamientos están formados por la Palabra de Dios el mantener lo uno no nos llevará a negar lo otro.  De que hay una dificultad real en determinar dónde termina uno y comienza lo otro es libremente aceptado.  Este es el caso donde hay una conjunción entre lo Divino y lo humano. La verdadera oración se compone por el Espíritu, pero es también el clamor del corazón humano.  Las Escrituras son inspiradas por Dios, y también fueron escritas por la mano de hombres quienes eran más que máquinas en la mano del Espíritu. Cristo es tanto Dios como hombre. Él es Omnisciente, y al mismo tiempo “crecía en sabiduría” (Lc. 2:52).  Él es Todopoderoso, y también fue “crucificado en debilidad” (2 Cor. 13:4). Él es el “autor de la vida” (Hch 3:15), y fue muerto. Altos misterios son estos, pero la fe los recibe incuestionablemente.

A menudo se ha señalado en el pasado que cada objeción hecha contra los decretos eternos de Dios aplican con igual fuerza a Su pre-conocimiento eterno.  Ya sea que Dios haya decretado todas las cosas que tengan de suceder o no, todo lo que le pertenece al ser de un Dios, le pertenece saber que Él conoce todas las cosas de antemano. Ahora bien, es autoevidente que si El conoce todas las cosas de antemano, Él las aprueba o las no las aprueba; Eso es, El desea que tales cosas sucedan o Él no desea que tales cosas sucedan. Pero el desear que sucedan es decretarlas (Jonathan Edwards).

Finalmente, intente, conmigo, el asumir y luego contemplar lo opuesto. El negar los decretos Divinos equivaldría a establecer un mundo con todos sus problemas que es controlado por un azar sin diseño y por un destino ciego. ¿Entonces qué paz, que seguridad, que conforte habría  para nuestros pobres corazones y mentes? ¿Qué refugio habría para volar en la hora de nuestra necesidad y nuestra prueba? No habría ninguno. No habría nada mejor que las más oscuras tinieblas y el infame horror del ateísmo.

¡O mi querido lector, cuan agradecidos deberíamos estar que todo ha sido determinado por la sabiduría infinita y la bondad!

¡Que alabanza y gratitud debemos a Dios por Sus decretos Divinos! Es por causa de ellos que “sabemos que todas las cosas ayudan a bien a los que aman a Dios, los que conforme a su propósito han sido llamados” (Rm. 8:28).  Bien podríamos exclamar Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén(Rm 11:36).

 

- Traducido por: Jorge L. Trujillo / 15-19 de Abril, 2017.