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agua

-Por Martín Lutero

Lo que sigue es un comentario de Martin Lutero sobre “el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo.”  Tomado del comentario de Lutero a la epístola de Tito.


 

No por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo.


 

Aquí tenemos una condena del bautismo18 tan enérgica como no se encuentra otra en el Nuevo Testamento. Los enemigos de la gracia de Dios, bajo el pretexto del amor, nos han precedido y han distorsionado los otros pasajes19. Por la misericordia, dice, nos salvamos. Pero ¿cómo viene la misericordia a nosotros? Por el lavamiento. Dicen: «El lavamiento puede referirse a la Palabra, al Evangelio, principalmente al Espíritu Santo, puesto que somos bautizados en el Espíritu, Si Él se nos otorga, entonces el lavamiento es una regeneración, es decir, un signo de los que son regenerados a través del Espíritu Santo». Si nosotros decimos: « ¿Bajo qué autoridad afirmáis todo esto?», nadie responde. Sin embargo, dicen que nada exterior justifica o beneficia a una persona. El Bautismo con agua es parecido, y, sin embargo, donde se dice que el Bautismo justifica, ellos añaden un sentido ficticio, como por ejemplo en el pasaje de Pedro del que dicen que significa (1 Pedro 3:21): «Adquirís un sello que queda impreso en vosotros indicando que habéis sido bautizados a través del Espíritu Santo». Yo también puedo practicar este arte, mejor que ellos, pero les pido que lo demuestren. Yo podría decir: «La sangre de Cristo no nos beneficia porque es una cosa externa. Tal como se dice en nuestras oraciones, Cristo fue concebido por obra del Espíritu Santo, por tanto, no nos beneficia». Exactamente esta es la estupidez que ellos predican. Nosotros también decimos que lo externo no es válido pero nos referimos a la cosa en sí, que como tal no tiene provecho. Pero si es producto de la voluntad divina, aprovecha gracias a esta voluntad. Es imposible convencer a los sectarios que no responden, permanecen en silencio, excepto para repetir la frase acerca de «lo externo». ¿Por qué lo enseñan? Lo sabemos perfectamente. Si Dios une su Palabra a un árbol, éste deja de ser una cosa externa para, a través de la Palabra, convertirse en la presencia, voluntad y misericordia. Así en el Bautismo no se trata sólo de agua, sino que está presente el nombre, o el poder divino unido al Bautismo a través de la Palabra, siendo Dios mismo el que bautiza. Tomad nota de esto. Pero ellos no escuchan, se limitan a repetir tozudamente lo mismo: «Una cosa externa no lo hace». Cuidado con su locura. Cuando una cosa externa se une a la Palabra de Dios, sirve de salvación. Si la humanidad de Cristo estuviera desprovista de la Palabra, sería vana. Nos hemos salvado a través de su sangre y de su cuerpo porque la Palabra va unida a ello. El Bautismo trae consigo la Palabra de Dios por la cual el agua se santifica y con ella, nosotros también somos santificados.

Si demostráis que una cosa externa no es beneficiosa por ella misma, sino que ha de ir acompañada con la Palabra y la voluntad de Dios, habréis destruido a la vez sus argumentos y sus interpretaciones ficticias. Es el mismo espíritu de Münzer20. Pensaba que uno debe recluirse en uno mismo, no leer las Escrituras ni escuchar la palabra externa, sino mirar a los cielos y recibir de allí al Espíritu Santo. Después, puede mirar al libro y puede escuchar. Desean recibir directamente al Espíritu Santo sin intermediación, es decir, que Dios hable con ellos aparte de la Palabra y del Bautismo. Esta es la fuente donde beben estas sectas, los seguidores de Münzer, los que quieren recibir al Espíritu Santo en medio de la soledad del corazón. No esperan nada externo. Por eso os pongo en guardia contra ellos. Se obliga a esos miserables a admitir que nunca han oído nada acerca de Cristo o de los sacramentos, excepto la Palabra y que nunca deben prestar atención a nada, excepto a la Palabra. Sin embargo, está claro lo que han recibido en su espíritu: la negación de la humanidad de Cristo21. Pero nosotros únicamente llegamos a Dios a través de Cristo como medio. Él es a quien Dios envió al mundo para nuestra salvación, como dice Isaías en 62:11. Si hubiéramos podido entrar en los cielos sin la ayuda de nada externo, no hubiera habido necesidad de que Dios mandara a su Hijo. Sin embargo, lo mandó en carne humana al pesebre y cuando hubo abolido el pecado y a la muerte, le presentó a través de su Palabra en el Bautismo y en el Sacramento. Así obtuvimos la certeza de la venida del Espíritu Santo a través de su Palabra. No busquéis al Espíritu a través de la soledad o de la plegaria, leed las Escrituras. Demos gracias cuando un hombre descubre que le complace lo que lee porque recibe los primeros frutos del Espíritu. No os puede complacer si el Espíritu Santo no lo ha hecho posible. Es diferente la persona que le gusta oír; es así gracias al Espíritu Santo. Entonces es el momento de orar: «Señor Jesús, me has dado el conocimiento y la alegría de Ti Auméntalo, consérvalo y fortalécelo». De momento ignoramos que hemos sido salvados por la misericordia, pero sale a la luz con el lavamiento, un baño que regenera y renueva, aunque a causa de la flaqueza de nuestra carne, no lo sintamos como mínimo perfectamente. No importa. En la fe, siento que mi actitud hacia el Señor Jesús ha cambiado y que amo la Palabra. Si me impone alguna cruz, la soporto con agradecimiento y orgullo, incluso aunque la carne se queje. Por tanto, el agua de la regeneración es buena porque trae consigo un nuevo nacimiento un nuevo sentido, en especial el que dice: «Aunque antiguamente odiaba la Ley, a Dios y a Cristo, ahora empiezo a amarlos. Antes consideraba una cosa mala creer en un solo Dios, pero ahora creo que los mandamientos de Dios son buenos, justos y sagrados, y desprecio la malignidad, la lujuria, el robo y el adulterio». De ahí que se crea una nueva conciencia perfecta a través de la consideración de la bondad de todas estas cosas y de la resistencia a la carne, como se dice en Romanos 7.

Por ello nos gloriamos en las tribulaciones como se lee en Romanos 5:3. Solíamos temerlas y buscar nuestro propio interés (1 Co. 13:5). Pero ahora suma una cosa a la otra y se crea un hombre nuevo de camino hacia la renovación. Palabras que se dirigen contra la justicia de las obras. Si entráis en un monasterio encontráis la novedad del traje, del hábito y de la forma de conducirse, os ponen una corona, cambiáis de alimentos y de obras externa, pero nada de esto toca a nuestra esencia, no hay regeneración del espíritu. Con nosotros no se producen este tipo de novedades. Hay una regeneración del ser, nuestra naturaleza cambia y nos convertimos en una criatura nueva. Antiguamente os dominaba la lujuria y erais incapaces de mantener la continencia durante cinco días, pero ahora ni os dais cuenta. No podíais perdonar una ofensa a un hermano, pero ahora si os sentís agraviados, le perdonáis de inmediato y de buen corazón. Antes considerabais a Cristo como un juez e invocabais a María, pero ahora albergáis un sentimiento dulce por Cristo, vuestro Mediador, Obispo y Abogado, que ofrece su bondad y su sangre por vosotros. Este sentimiento transformado y ese corazón renovado no pueden conseguirlo las obras de ningún tipo. Ninguna capucha monástica puede lograrlo. Puede que os hayan imbuido con la idea de que sois más perfectos que aquellos que se casan. Sin embargo, en vosotros no se produce ningún cambio en relación con Dios ni con vuestro prójimo, más bien al revés. Con el lavamiento, uno se limpia, no como se limpia una mesa, sino de tal manera que se convierte en un hombre nuevo. Este es el lavado del Espíritu Santo, el que te lava lavándote con Él. Es una gloriosa creencia saber que se halla presente en el Bautismo, pero también se produce la calidez que transforma el corazón, lo inflama, lo consagra, lo renueva completamente. Son palabras sencillas. Nuestros enemigos lo llaman «un baño de perro»22 y blasfeman al negar la renovación con la presencia del Espíritu Santo. Según ellos la regeneración por el Espíritu Santo es un símbolo, pero el texto es claro, se refiere a la posibilidad de renovación de todo el mundo. No conseguiréis probar la certeza de vuestros argumentos ficticios hasta no haber probado que «son cosas externas sin provecho». El Espíritu Santo se llama así porque convierte a la gente en espiritual y santa, porque a través de su acción hace que las cosas mundanas que antiguamente les atraían, ahora se conviertan en desagradables y dignas de rechazo, despreciando a la carne y a sus obras23.

Notas

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18. Dice "bautismo", pero contradice y confunde el resto del argumento. Quizá debería decir "re bautismo", para referirse al practicado por los Anabaptistas. Lutero, según parece, se refería al bautismo sacramental con inicial mayúscula: Bautismo, p. ej., p. 103).

19. Ver el Iratado Relativo al bautismo (Obras de Lutero, 40, pgs. 229-262) que escribió contra la interpretación anabaptista de algunos pasajes del Nuevo Testamento sobre el bautismo.

20. A Tomás Münzer lo habían ejecutado en mayo de 1525 durante la «Guerra de los Campesinos», ver Obras de Lutero, 40, pgs. 49-59.

21. Al parecer es un ataque a Gaspar Schwenckfeld cuyo tratado sobre la Eucaristía recibió Lutero a principios de 1527; ver Obras de Lutero, 37, pgs. 288 en adl.

22. Ver Obras de Lutero, 30, pg. 315, n. 11.

23. Con Lutero aparece en primer plano de la teología cristiana la doctrina del Espíritu Santo como agente de la nueva vida y de la santificación activa del creyente. Calvino será el reformador que mayor importancia conceda al estudio del Espíritu Santo, hasta el punió de ser reconocido como "teólogo del Espíritu". Con el énfasis en la obra activa del Espíritu reproduciendo en el alma el carácter de Cristo, los reformadores evitan caer en el hipotético formalismo externo al que parece conducir la doctrina central reformada de la justicia extranjera, imputada por gracia. En todo se mostraron respetuosos con la enseñanza bíblica y fieles a su dictado repleto de dinamismo. "Mientras que Cristo está lejos de nosotros y nosotros permanecemos apartados de Él, todo cuanto padeció e hizo por la redención del linaje humano no nos sirve de nada, ni nos aprovecha lo más mínimo. Por tanto, para que pueda comunicarnos los bienes que recibió del Padre, es preciso que Él se haga nuestro y habite en nosotros. Por esta razón es llamado «nuestra Cabeza» y «primogénito entre muchos hermanos»; y de nosotros se afirma que somos «injertados en Él» (Ro. 8:29; 11:17; Gá. 3:27); porque, según he dicho, ninguna de cuantas cosas posee nos pertenecen ni tenemos que ver con ellas, mientras no somos hechos una sola cosa con Él... Por eso Pablo, hablando de nuestra purificación y justificación, dice que gozamos de ambas en nombre de Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios (1 Co. 6:11), pues el Espíritu Santo es el nudo con el cual Cristo nos liga firmemente consigo" (Calvino, Institución, III, cap. I, 1).