Dr. Fernando D. Saraví
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Sumario
I. Observaciones preliminares
II. El Apocalipsis
1. Prólogo, presentación y las cartas a las siete iglesias (Apocalipsis 1-3 )
2. Visión de Dios; el Cordero y el Libro; el pueblo de Dios (Apocalipsis 4-7)
3. Las siete trompetas (Apocalipsis 8-11)
4. La mujer, el dragón y las bestias (Apocalipsis 12-14)
5. Las siete copas de la ira de Dios (Apocalipsis 15-16)
6. El juicio de Babilonia , las bodas del Cordero y la parusía (Apocalipsis 17-19)
7. El reino de mil años, el juicio y la eternidad (Apocalipsis 20-22)
III. Bibliografía selecta
IV. Tabla de secciones paralelas
I. Observaciones preliminares
El Apocalipsis es uno de los libros más estudiados y menos comprendidos de toda la Biblia. Todo enfoque que ignore su propósito y naturaleza está condenado a resultar en interpretaciones fantasiosas y erróneas.
El propósito del libro tiene que ver con la situación de la Iglesia a fines del primer siglo. Los cristianos eran una minoría incomprendida y enfrentaban la perspectiva de una persecución por parte de las autoridades del imperio romano. Juan escribe con un cuádruple propósito:
1. Iluminar la verdadera naturaleza espiritual del conflicto y las fuerzas que lo impulsan.
2. Alentar a los creyentes para que se mantengan firmes frente a la persecución.
3. Mostrarles que el cristiano debe estar dispuesto a luchar y a vencer con las mismas armas que Cristo: la Palabra de Dios y el sufrimiento, de ser preciso hasta la muerte.
4. Subrayar el papel crucial que el testimonio fiel de los creyentes tiene en el plan de Dios para la salvación del mundo.
El libro es una revelación perteneciente a Jesucristo, mediada por Él y acerca de Él. En la obra sobresalen la soberanía de Dios, lo inquebrantable de su plan, el papel central del Hijo de Dios, y la batalla que enfrentan los creyentes ante las fuerzas hostiles lideradas por el mismo Satanás, con sus aliados: el imperio romano, sus vasallos y la ciudad de Roma como resumen de la lujuria y corrupción mundana. A la vez, lo que Roma representaba entonces sigue existiendo, hasta que el Señor vuelva, en todo gobierno idólatra, perseguidor y opresor.
La forma en que Juan transmite este mensaje puede resultarnos extraña hoy, pero seguramente fue comprendida por sus destinatarios originales. En nuestro análisis, debemos insistir en tratar de entender el significado del mensaje para aquellos cristianos asiáticos del siglo I a quienes fue inicialmente dirigido.
Lo que a Juan se le ha encomendado revelar son realidades que habitualmente desafían toda descripción. El vidente adopta el lenguaje del Antiguo Testamento, aunque su enseñanza está claramente anclado en la doctrina del Nuevo Testamento. Por ello es imprescindible el estudio de los principales textos del Antiguo Testamento emparentados, pero nunca citados literalmente y a menudo reinterpretados por Juan, como también las enseñanzas del Nuevo Testamento que aquí se reiteran y extienden.
Juan se expresa en imágenes, y es esencial recordar que lo que se describe es la imagen y no la realidad que ésta expresa; De lo contrario, caeremos en un literalismo ajeno a esta clase de literatura.
El plan de Dios, el destino del pueblo de Dios, la obra de Cristo, la oposición de Satanás y sus aliados terrenales, los juicios de Dios y Sus recompensas se describen por medio de imágenes grandiosas, luces, sonidos, colores, seres espirituales, números, animales, mujeres, acciones simbólicas, etc. Estas imágenes son cambiantes, caleidoscópicas. Por tanto, deben interpretarse en su contexto, y no pueden sujetarse a un pedante literalismo. Por el contrario, es necesario dejarse conducir por las magníficas visiones para captar su significado. Un rasgo muy destacado son las correspondencias: por un lado, entre lo que ocurre en el cielo y sus repercusiones en la tierra (y viceversa); por otro lado, entre las realidades divinas y las parodias satánicas: La santa Trinidad vs. la “trinidad” satánica, el sello de Dios vs. la marca de la bestia, la Iglesia como una pura virgen vs. Babilonia la ramera, la Jerusalén que baja del cielo vs. la corrupta ciudad mundana, etc.
El libro está estructurado con pericia en una serie de secciones paralelas, que reiteran ciertos conceptos centrales, recapitulando una y otra vez, con ópticas y énfasis cambiantes, las verdades centrales que Juan debe transmitir. Estas secciones paralelas están esbozadas en el texto y presentadas muy esquemáticamente en la tabla adjunta.
He restringido deliberadamente esta sinopsis a las observaciones que he considerado imprescindibles. Para un tratamiento detallado y una discusión crítica, así como para diversos enfoques interpretativos, el lector interesado deberá consultar la selección bibliográfica incluida al final de este bosquejo.
El libro incluye siete Bienaventuranzas (1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7,14). La primera de ellas está dirigida a quien lee y a quienes oyen la profecía. Por tanto, apropiémonos de esta bendición. Por razones de espacio, no he transcripto el texto mismo del libro, pero doy por sentado que el lector lo habrá leído completo de corrido al menos una vez antes de leer el presente sumario, y lo consultará constantemente durante su lectura.
II. El libro de Apocalipsis
Prólogo, presentación y las cartas a las siete iglesias
(Apocalipsis 1-3 )
El libro se presenta como la revelación de Jesucristo, con una secuencia de transmisión Dios-Jesucristo-ángel-Juan. El motivo es dar a conocer a los creyentes “las cosas que deben suceder pronto”. Esto le da urgencia al mensaje, la cual es luego subrayada por la bienaventuranza para el que lee y los que escuchan la profecía.
La obra tiene un triple carácter de revelación, profecía y carta. Es necesario subrayar que toda la obra está dirigida a “las siete iglesias que están en Asia”. El número tiene, como en otras partes, significado simbólico, pues se sabe que existían más iglesias en la región. Las siete son representativas locales de la iglesia universal.
El autor se nombra simplemente como Juan. La tradición lo identifica, ya desde el siglo II, con el Apóstol de ese nombre. Reclama para sí autoridad profética. Se halla en la isla rocosa de Patmos, probablemente exiliado. Juan se identifica con los destinatarios, al decirse su “hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia de Jesucristo”.
Luego de un preámbulo con claras resonancias trinitarias (1:4-8) en el cual se destaca la obra de Cristo y Dios Padre mismo habla, Juan narra su visión de Jesucristo. Estando “en el Espíritu”, oye la voz del Señor que le ordena escribir. Lo que Juan presencia es una majestuosa visión de Cristo con un atuendo propio de un sacerdote y un rey. Misteriosos atributos destacan su poder, autoridad y ministerio: cabellos blancos, ojos resplandecientes, rostro brillante, pies como bronce refulgente, y con una espada de dos filos saliendo de su boca. El Señor tiene en sus manos a los ángeles representativos de las siete iglesias, y se pasea entre ellas, simbolizadas por candelabros (Cf. Mateo 28:16-20).
Cuando Cristo habla, se expresa como Dios Padre: Es el Alfa y la Omega, el primero y el último. En virtud de su muerte y resurrección ha recibido suprema autoridad, al punto de tener dominio hasta sobre la muerte. Su mandato es que Juan escriba a las iglesias, con un mensaje específico para cada una y otro (los capítulos 4-22) común para todas.
Los mensajes específicos para cada Iglesia tienen un formato estructurado, como sigue: 1) Presentación, con uno o más atributos de Cristo; 2) alabanza de lo bueno que tiene la iglesia; 3) enunciación de los defectos de la iglesia; 4) exhortación al arrepentimiento del pecado específico de cada iglesia; 5) amenaza de visitación en el caso de no haber arrepentimiento; 6) promesa para el vencedor (esto es, el creyente fiel) ; 7) llamado a oír lo que el Espíritu dice a las iglesias.
La primera iglesia es Éfeso. Se trata de una iglesia muy esforzada y con gran celo doctrinal, pero que, tal vez por eso mismo, ha perdido de vista el amor sobre el cual se basa toda la vida de fe.
La segunda iglesia es Esmirna. Es una iglesia que tiene todo lo que hay que tener : es rica en obras, en fe, en valor, en paciencia. Aquí el Señor no halla defecto alguno, y se limita a alentarla en su padecimiento.
La tercera iglesia es Pérgamo. Es una iglesia fiel y esforzada, pero con cierta laxitud doctrinal; el Señor la amenaza con la espada de su boca, es decir, la Palabra de Dios.
La cuarta iglesia es Tiatira. Es una iglesia llena de amor, fe y perseverancia. Sin embargo, es excesivamente tolerante de enseñanzas vanas, aún más que Pérgamo. Por lo tanto, se la llama a no perder lo que ya tiene.
La quinta iglesia es Sardis. Recibe palabras muy duras; al parecer, se trata de una congregación de personas inofensivas, anodinas, deficientes en cuanto a sus obras.
La sexta iglesia es Filadelfia. Junto con Esmirna, Filadelfia es la única iglesia aprobada incondicionalmente por el Señor, y por tanto recibe de Él sólo palabras de aliento.
Finalmente, la séptima iglesia es Laodicea. Se halla en una situación similar a la de Sardis, y tal vez peor. Es la única que no recibe ninguna alabanza. Posiblemente la causa fuera el orgullo espiritual de los laodicenses, además de su falta de compromiso espiritual.
A pesar de que los siete mensajes se envían a la medida de cada iglesia, todos son llamados a oír lo que el Señor le dice a cada una. De lo cual cabe deducir que estos mensajes continúan siendo relevantes para nosotros hoy. Debemos seguir atentos a lo que Jesucristo tiene para decir a cada congregación; los siete mensajes son válidos hasta que el Señor venga visiblemente (lo cual no debe confundirse con la amenaza de “visitar” en juicio a cada iglesia que desoiga la advertencia del Señor, que habla de un juicio parcial y condicional: la visita no ocurrirá si hay arrepentimiento).
Visión de Dios; el Cordero y el Libro; el pueblo de Dios
(Apocalipsis 4-7)
En la segunda sección del libro, Juan es trasladado “en el Espíritu” al cielo. Allí presencia la corte celestial. Ve el trono de Dios y su majestad –aunque se guarda de describir al que está sentado- ; contempla la presencia del Espíritu Santo, representado por “los siete espíritus”; describe con lenguaje profético su esplendor y poder, y la adoración de que es continuamente objeto el Padre. Los representantes celestes de esta adoración son cuatro misteriosos seres vivientes, con atributos de serafines y querubines, y veinticuatro ancianos, cuya identificación es motivo de discusión (tal vez representen ángeles).
En esto, la atención de Juan se fija en un rollo con siete sellos que Dios sostiene en su mano derecha. El rollo contiene, sabremos luego, los planes de Dios para el hombre y la creación; pero no hay quien sea merecedor de abrirlo, con gran pena de Juan. Sin embargo, se le dice que sí hay uno, el “León de la tribu de Judá”. Sin embargo, cuando mira ve un Cordero que está en medio de la escena y posee los atributos divinos de poder (cuernos) y omnisciencia (ojos). El Cordero toma el libro y la corte celeste y millones de seres prorrumpen en alabanzas. Obviamente el Cordero no es otro que Cristo. Nótese que el mismo Señor es representado de una manera muy diferente que en el primer capítulo, pero el resultado de su obra es descrito de manera similar: hacer de los creyentes, el nuevo Israel, el reino de sacerdotes que Israel fue llamado a ser (Cf. Exodo 19:6).
El Cordero comienza a abrir los sellos que permiten el desarrollo del plan de Dios. La apertura de los sellos es acompañada por determinados acontecimientos. Los cuatro primeros sellos forman una unidad: cuatro jinetes son enviados a recorrer la tierra. Estos cuatro jinetes en conjunto representan las calamidades causadas por el hombre: el jinete del caballo blanco, las guerras de conquista; el del caballo rojo, las matanzas; el del caballo negro, el de la escasez; el cuarto, la muerte, consecuencia inexorable de los anteriores. Como se ve aquí y a lo largo de toda la revelación, los poderes del mal, humanos o demoníacos, solamente pueden hacer lo que Dios les permite y sirven involuntariamente a Sus planes.
Ante la apertura del quinto sello muestra que, mientras el curso de la historia humana prosigue con su carga habitual de muerte y devastación, las almas de los creyentes difuntos están seguras en el cielo, más precisamente “debajo del altar”, el sitio de los sacrificios. Estas almas claman por justicia, pero se les dice que el número de los salvos –sus “consiervos y hermanos”- debe completarse antes de que Dios proceda a ejecutar su juicio definitivo. Sin embargo, entre tanto ya Dios las consuela y las viste con la pureza de Cristo, simbolizada por la vestidura blanca. Sabremos más de estas almas en el Cap. 20.
Sin embargo, el sexto sello trae consigo ya la ejecución del juicio divino, descrito con trazos apocalípticos de trastornos cósmicos: ya ha llegado la ira de Dios y del Cordero sobre los impíos, los habitantes de la tierra. Se esperaría que al sexto sello le siguiese inmediatamente el séptimo, tal vez con una descripción del estado eterno. En lugar de esto, la continuidad se interrumpe abruptamente, y comienza una nueva sección con un interludio.
Con el sexto sello el sol se oscureció, la luna se enrojeció y las estrellas cayeron, mientras violentos terremotos desfiguraban la tierra. Sin embargo, en la siguiente visión la tierra y el sol están de nuevo en su lugar. Más aún, los ángeles impiden toda tempestad, restringiendo la acción de los elementos. El propósito de esta restricción es el de sellar a los siervos de Dios con el propósito de marcarlos como Su propiedad y protegerlos.
Los sellados se describen como 144 000 personas pertenecientes a las doce tribus de Israel. Su identidad es motivo de discusión, pero su significado simbólico y no literal se evidencia por la omisión de la tribu de Dan, considerada idólatra, que es aquí reemplazada por Manasés).. Creo que se trata de la Iglesia militante, los creyentes que se encuentran en la tierra. Son un número perfecto y completo, dispuesto como un ejército para la batalla, según el modelo trazado en el ciclo del Éxodo; es el Israel de Dios, guardado por el Señor mismo (Cf. Gálatas 6:16; Filipenses 3:3; Santiago 1:1; 1 Pedro 1:1)
En contrapartida, de inmediato Juan ve en el cielo una inmensa muchedumbre de todas las naciones, con los atributos de los vencedores: vestiduras blancas y palmas. Es así el complemento celestial del ejército que aún lucha en la tierra. Toda la corte celeste alaba a Dios por esta grande muchedumbre que ya ha logrado la victoria. Ellos están allí luego de haber pasado por “la gran tribulación”, porque han sido santificados por Dios; están ya libres de todo sufrimiento, y por ello alaban a Dios ante el trono, con el Cordero como su guía.
Las siete trompetas
(Apocalipsis 8-11)
El séptimo sello trae, en lugar de nuevos acontecimientos, un intervalo de expectante silencio, y señala la transición hacia una nueva serie de visiones. Estas son significativamente precedidas por la descripción del extraordinario efecto de las oraciones de los santos, que sube con incienso a la presencia de Dios y apresura el tañir de las trompetas ya dispuestas.
Es interesante notar que, como en el caso de la apertura de los sellos, el tañir de la séptima y última trompeta es diferido; a esto se le añade que, devastadores como son los efectos de las trompetas, no conducen a una aniquilación total sino a grandes desastres, que causan una destrucción parcial (un tercio). De 9:20s se entiende que las plagas tienen como propósito llevar al arrepentimiento, a través del temor, a “los habitantes de la tierra”.
La primera trompeta es seguida por granizo y fuego, dañando un tercio de los árboles y la hierba; la segunda, por una montaña de fuego que cae al mar y destruye un tercio de las naves y de los seres marinos. Tras la tercera, lo que cae, esta vez sobre las aguas dulces, es una estrella, también ardiente, que envenena un tercio de ellas. La cuarta trompeta es seguida de la destrucción de un tercio de las luminarias celestes.
Mientras que las cuatro primeras trompetas causan desastres mediados por fuerzas de la naturaleza, las dos siguientes son mediadas por poderes sobrenaturales. La quinta corresponde a una “estrella” que en realidad es un ángel devastador, llamado precisamente “Destructor”. Le es permitido soltar hordas de “langostas” demoníacas que causan gran sufrimiento, aunque su poder es limitado tanto en sus efectos como en su duración.
Con la sexta trompeta, los ángeles encargados de controlar los elementos y un inmenso ejército celeste son desatados, causando, ahora sí, la muerte de un tercio de los “habitantes de la tierra”. Pero estos, en lugar de arrepentirse, persisten en su blasfemia, idolatría y otros graves pecados.
En lugar de la séptima trompeta, aparece ahora, a modo de interludio, una manifestación más de la paciencia y gracia de Dios: un ángel gigantesco baja a la tierra a proclamar el evangelio, la buena nueva de Dios. El anuncio parece fuera de lugar, pero el mensaje es claro: todavía no es demasiado tarde, aún hay posibilidad de arrepentimiento. La proclama del ángel es respondida por siete truenos –¿expresión del juicio divino?- pero es notable que, al contrario de todo lo demás que Juan ve y oye, se le dice que no escriba lo dicho por los truenos; el juicio final no es aún. Esto no significa que no vaya a ocurrir, como lo explica el gran ángel: cuando suene la séptima y final trompeta, todo se consumará (Cf. Mateo 24: 31; 1 Corintios 15:52; 1 Tesalonicenses 4:16).
Juan incorpora el mensaje comiendo el librito, y nota su dulzura y su amargura, que corresponden a los dos filos de la Palabra como mensaje de salvación a los que la aceptan y de condenación a los que la rechazan. Así preparado, se le envía a predicar a todo el mundo incrédulo este anuncio.
A continuación, se le encomienda a Juan medir el templo de Dios, el altar y los que en él adoran, pero excluir el patio fuera del templo, “porque ha sido entregado a los gentiles” por “cuarenta y dos meses”. Parece claro que el templo medido no es otro que el pueblo peregrino de Dios, la Iglesia; esta es doctrina uniforme del Nuevo Testamento: Juan 2:21 ; Hechos 15: 15-18; 1 Corintios 2:9, 16s; 6:19; Efesios 2:19-22; 1 Pedro 2:4s; Cf. Juan 4:21; Hechos 7: 48; 17:24) La adoración y santidad de este Templo santo están específicamente protegidas por Dios, pero no se halla completamente libre del acoso de los incrédulos.
Luego de la imagen de la iglesia como el templo de Dios en la tierra, le sigue la de la comunidad creyente como testigos fieles. Su ministerio se extiende, naturalmente, por el mismo tiempo durante el cual el templo es protegido. Los atributos y el poder de la iglesia en su papel de testigo se describe basada en Zorobabel y Josué, Moisés y Elías. Solamente podrán ser muertos cuando hayan acabado su testimonio. El ejecutor es “la bestia que sube del abismo”, mencionada aquí por primera vez. Yacen muertos en la ciudad impía por tres días y medio, con gran alegría de los impíos que rechazaron su testimonio. Sin embargo, son resucitados y llevados al cielo a la vista de sus adversarios, a lo cual le sigue un terremoto con una mortandad parcial, y “los demás” (presumiblemente una porción considerable de los incrédulos) son llevados al arrepentimiento y a glorificar a Dios.
Es necesario subrayar cómo el testimonio cristiano logra, en esta visión, lo que no lograron las plagas de los sellos ni las de las trompetas: en palabras de un escritor cristiano, “la sangre de los mártires es la semilla de la iglesia”. Por tanto, un propósito fundamental de la profecía es mostrar la necesidad de perseverar no solamente en vista de la recompensa, sino del papel central del testimonio y del sufrimiento de los creyentes en el plan de salvación para toda la raza humana.
La mujer, el dragón y las bestias
(Apocalipsis 12-14)
Juan nos ha llevado una vez más al borde de la consumación, sólo para detenerse y volver al principio. Ahora ve dos “grandes señales”. La primera es una mujer con atributos celestiales y regios. Pero a pesar de la imponencia de su atuendo, está sufriendo y por parir. Es a la vez la comunidad mesiánica, el resto santo del Israel étnico, del cual vendría el Mesías, y –como luego se ve- la comunidad de salvación del Nuevo Pacto, la heredera de las promesas eternas y mejores, la Jerusalén que viene de lo alto (Cf. Gálatas 4).
La segunda es un gran dragón escarlata, que arrastra con su cola un tercio de las estrellas (¿ángeles?) del cielo. Es Satanás, que acecha a la mujer y quiere destruir a su hijo. Sin embargo, su intento es burlado por la intervención divina, ya que el hijo varón –seguramente Cristo- es llevado al cielo. Aquí la victoria de Cristo sobre Satanás, desde su nacimiento hasta su resurrección gloriosa, es comprimida en una sola frase.
La derrota del dragón tiene otra consecuencia, a saber, su expulsión del cielo y su descalificación como “acusador”, lo cual desata un cántico que es a la vez doxología, acción de gracias y advertencia a los “habitantes de la tierra”. Enfurecido porque sabe que lo acontecido es el preludio de su destrucción final, el dragón intenta vanamente atacar a la propia mujer, que es protegida divinamente, como antaño Israel fue guardada del faraón. Frustrado, el dragón se ensaña con la descendencia de la mujer, los creyentes individuales, mediante una estrategia de dominio mundial basado en el engaño y la coherción, que se explica en los siguientes capítulos.
Ahora Juan, parado a la orilla del mar, ve subir de éste a una bestia que combina características de las cuatro bestias vistas siglos antes por Daniel. Tiene atributos reales y recibe autoridad del dragón. La bestia que sube del mar es una parodia del Cordero, a quien pretende suplantar; hasta recibe una herida mortal y “resucita”. Los “habitantes de la tierra” admiran y adoran a la bestia, a la cual le es permitido guerrear contra los santos y vencerlos, humanamente hablando; veremos que esta victoria es en realidad tan ficticia como la que Satanás creyó haber ganado con la muerte de Jesús. Por eso Juan exhorta a la perseverancia y la fe, aun frente a la persecución. El tiempo del reinado de la bestia, 42 meses, coincide con el de la protección del templo, el ministerio de los dos testigos (Cap. 11), y el tiempo durante el cual la Mujer santa es guardada en el desierto. En el contexto histórico, la primera bestia debe ser identificada con el poder romano y el culto al emperador.
Juan ve una segunda bestia subir “de la tierra”. Es luego identificada como falso profeta: tiene apariencia de cordero pero habla como el dragón, y su función es hacer que los “habitantes de la tierra” adoren a la primera bestia, y naturalmente al amo de ambas, Satanás. En tiempo de Juan, la bestia de la tierra representaba probablemente a los gobernantes vasallos de Roma, obsecuentes y ansiosos por propulsar el culto imperial.
Así queda conformada una blasfema “trinidad diabólica”: el dragón quiere ocupar el lugar del Padre, la bestia del mar hace de falso mesías y la de la tierra parodia el ministerio del Espíritu Santo. Para añadir a la parodia, hay una “marca de la bestia” que cumple en los seguidores de ésta la misma función que el sello de Dios en los creyentes. La identificación del “número de la bestia” es discutida, pero lo más probable es que sea el equivalente numérico de “Nerón César”, como arquetipo de poder anticristiano. Cabe notar que el dragón y sus aliados, representados en el siglo I por el imperio romano, continúan sus actividades en cualquier orden secular opuesto a Dios.
Como luego de los primeros sellos hay un interludio donde el verdadero destino de los cristianos se manifiesta como victorioso ante Dios, en contraste con su aparente condena y derrota por el poder demoníaco, ahora ocurre otro tanto. En un interludio previo a la “siega de la tierra”, los 144000 (los mismos sellados en el Cap. 7) son vistos con el Cordero en el monte Sión, sede terrenal del gobierno divino. Al mismo tiempo en el cielo se entona un “cántico nuevo”, al cual los 144000 se unen. Estos seguidores fieles del cordero son descritos como redimidos, sinceros, impecables y obedientes. Si es correcto identificarlos con la iglesia militante, la alusión a su “falta de contaminación con mujeres” puede entenderse no como debida a una actitud ascética, sino como una metáfora relacionada con la guerra santa.
Tras asegurarnos que los doce regimientos de las huestes de Dios están seguros con su Líder, Juan prosigue con el desarrollo del juicio divino. Tres ángeles proclaman anuncios divinos a los “habitantes de la tierra”. El mensaje del primero es llamado nada menos que “el evangelio eterno”. Paradójicamente, su anuncio es que ha llegado el momento del juicio de Dios, lo cual a primera vista no es un evangelio (buena noticia) para los incrédulos. Sin embargo, la buena noticia estriba en que todavía es posible temer a Dios, darle gloria y adorarle. Aún frente a la inminencia de la consumación, y con más urgencia que nunca, los hombres son llamados a la salvación. El segundo ángel proclama la caída de Babilonia, la ciudad que encarna la corrupción de la sociedad enemiga de Dios; esta caída aquí anticipada se tratará luego con gran detalle. El tercer ángel anuncia el juicio definitivo de Dios sobre aquellos que en lugar de seguir al Cordero han decidido seguir a la bestia.
A continuación Juan afirma que estos anuncios son los que ponen a prueba, la perseverancia de los creyentes. Como un eco celestial, una voz afirma la bienaventuranza de los santos –antes definidos como quienes perseveran, obedecen y creen en Cristo- que habrán de reposar guardados por el Señor.
Ya no hay demora. A los anuncios anteriores le sigue el desenlace, la “cosecha de la tierra”. Se presenta sucesivamente como una siega de grano y una vendimia. Quien lleva a cabo la primera es inequívocamente Jesucristo mismo (uno como Hijo de hombre que lleva corona y viene sobre una nube) y posiblemente se trate del rapto de los cristianos (Cf. Mateo 13:24-30). Un ángel salido de la presencia misma del Padre le indica el momento oportuno.
La vendimia, por el contrario, es realizada por un ángel salido del altar, y su resultado es la reunión de las uvas en “el gran lagar de la ira de Dios”, situado fuera de la ciudad que, como expresión de la severidad y magnitud del juicio, se rebalsa e inunda la tierra.
Así, pues, una vez más esta sección del libro nos lleva hasta el punto de la consumación del juicio de Dios. Sin embargo, antes de que podamos saber qué ha de ocurrir tras el juicio, retrocedemos una vez más a una etapa más precoz del plan divino.
Las siete copas de la ira de Dios
(Apocalipsis 15-16)
A diferencia del capítulo anterior, en el que Juan parecía ver las cosas desde la tierra, aquí nos hallamos de nuevo en el ámbito celestial. Hay un signo que el vidente llama “grande y admirable”. Se trata de siete ángeles con las últimas plagas, que consumarán el juicio punitivo de Dios.
Pero de nuevo, antes de referirse a tal acontecimiento, Juan nos alienta con una magnífica visión de los redimidos. Ante el mar de vidrio (Cf. 4:6) ahora mezclado con el fuego de la ira divina, ve a los vencedores con arpas. Entonan lo que llama a la vez “el cántico de Moisés” y “el cántico del Cordero”. Es una alabanza a Dios y un anuncio de que todas las naciones lo adorarán. Como Moisés cantó la liberación de los israelitas de la opresión en Egipto (Exodo 15 y Deuteronomio 32), estos santos cantan el nuevo Éxodo en el cual el guía ha sido el Cordero, Jesucristo. A la vez, esta visión prepara el camino para las plagas que han de seguir, que guardan semejanzas con las sufridas por los tercos opresores egipcios.
Tras la alabanza de los santos victoriosos, continúa el desarrollo del juicio divino. Los siete ángeles encargados de esta tarea salen del santuario celestial, vestidos como sacerdotes, y reciben las copas “llenas de la ira de Dios” de uno de los seres vivientes que están ante el Trono. En este momento, el templo celestial se llena de humo, lo cual indica a la vez el poder de Dios manifestado y el fin de la posibilidad de oraciones intercesoras, ya que el humo impide que nadie entre al templo hasta que las copas sean derramadas.
A una señal proveniente directamente desde el templo, las copas se derraman, y las consecuencias ya no son desastres parciales sino generalizados. La primera copa causa úlceras dolorosas a todos los que llevan la marca de la bestia. Nos recuerda al sufrimiento de Job (2:7-10), con la crucial diferencia de que éste se aferró más a Dios, mientras que quienes ahora son así afligidos intensifican sus blasfemias.
Las copas segunda y tercera tienen efectos similares a la primera y segunda trompeta, ya que afectan respectivamente al mar y a las aguas dulces; sólo que ahora las aguas son totalmente corrompidas. A esto se le agrega que, en lugar de simplemente envenenarse, las aguas potables se tornan sangre. Un ángel declara que esta acción es manifestación de la justicia retributiva de Dios hacia aquellos que rechazan obstinadamente Su gracia. ¡Quienes han rehusado lavarse en la sangre del Cordero y en cambio se empeñaron en derramar la sangre de sus seguidores, no tienen ahora otra cosa para beber excepto sangre!
Como la cuarta trompeta, la correspondiente copa afecta también al sol, pero esta vez el resultado es incrementar la intensidad de su calor hasta hacerla intolerable. Con la quinta copa, se lanza el juicio divino sobre el representante terreno del dragón, la bestia. De nuevo hay una paradoja: el suyo era un reino de tinieblas espirituales, y ahora es castigado con tinieblas físicas. En consistencia con su condición de seguidores de la bestia y portadores de su marca, aún en medio de su sufrimiento los “habitantes de la tierra” en lugar de arrepentirse blasfeman con más denuedo que antes.
Al igual que la trompeta sexta, la copa correspondiente desata una invasión, pero ahora de las huestes satánicas. El secarse del Éufrates, que era una barrera natural al oriente del imperio romano, deja el camino expedito para una temida invasión. Mientras que en Egipto, en tiempo de Moisés, hubo una plaga de ranas, ahora Juan ve espíritus inmundos en forma de ranas que salen de las bocas del dragón y las bestias, y se dirigen a convocar a todas las fuerzas opositoras a Dios en un desesperado intento de presentarle batalla.
Tras una advertencia, con seguridad de Cristo mismo, que añade una bienaventuranza a quien está preparado, el lugar del combate final es identificado como Armagedón, nombre que no aparece sino aquí y ha dado lugar a diversas interpretaciones; es posible una alusión a Megido, lugar de Palestina donde ocurrieron batallas significativas.
Con el derramamiento de la séptima copa, se oye la voz de Dios que dice “¡Está hecho!”. Siguen señales de la acción punitiva divina en forma de relámpagos, truenos y voces, y en la tierra el más grande terremoto jamás ocurrido seguido por una aniquiladora avalancha de granizo gigante. Notablemente, y como era de esperarse, los “habitantes de la tierra” se obstinan en su blasfemia hasta el fin; ya no hay posibilidad de arrepentimiento, sino una “horrenda expectativa de juicio” al decir del autor de Hebreos.
El juicio de Babilonia , las bodas del Cordero y la Parusía
(Apocalipsis 17-19)
Mientras los hombres aún están blasfemando, uno de los ángeles lleva a Juan “en el Espíritu” al desierto, para mostrarle el destino de la contrapartida satánica de la Nueva Jerusalén. Así como hay una “trinidad” satánica y una marca de la bestia que parodian las realidades divinas, hay una ciudad impía que es la versión diabólica de la Nueva Jerusalén. Esta es una novia pura y virginal, mientras que aquélla es una seductora prostituta.
La mujer está ataviada con ostentoso lujo. Cuatro cosas señalan su verdadera naturaleza. Primero, la mujer cabalga sobre la bestia que subió del mar. Segundo, tiene una copa desbordante de inmundicia. Tercero, lleva en su frente su verdadero nombre: Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra. Finalmente, está “ebria de la sangre de los santos y de la sangre de los mártires de Jesús”.
La “mujer” simboliza una ciudad, aliada y representante de la bestia y por extensión del dragón, amo de ambos. La alusión a los “siete montes” la identifica como Roma. La mujer se sienta sobre “pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas”, descripción suscinta de los vasallos del imperio, que “reina sobre los reyes de la tierra”.
La autoridad de la gran Babilonia se relaciona con el poder imperial (y por extensión con cualquier régimen similar que lo reemplace) y se basa en éste; los siete reyes son una alusión a los emperadores. La identificación específica es discutible, como lo es la de los otros diez reyes mencionados, cuyo reinado será breve (“una hora”). En todo caso, estos reyes son aliados de la bestia y enemigos del Cordero, destinados a ser derrotados por éste.
Pero antes de que tal cosa suceda, la bestia y los reyes habrán de destruir a Babilonia. En esto se muestran dos cosas. Primero, la naturaleza autodestructora del mal, que no sólo es incapaz de construir nada bueno, sino que en definitiva causa su propia perdición. Y segundo, que a pesar de su rebeldía y blasfemia, estas fuerzas del mal servirán a los planes de Dios, quien “ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que Él quiso”.
Todo el Cap. 18 es dedicado a anunciar y describir la completa destrucción de Babilonia la grande. Al estilo de los profetas del Antiguo Testamento, como Isaías y Jeremías, un gran ángel entona un lamento fúnebre sobre la ciudad condenada. Por segura que se sienta en sus riquezas y fuerzas, el juicio divino será inexorable. Por ello se convoca a los creyentes que hay en ella a salir de allí antes de la catástrofe. La razón última del juicio es la impiedad de la ciudad, responsabilizada de todo el derramamiento de sangre de los justos; es como si la ciudad representase toda la maldad causada por una sociedad lujuriosa, corrupta y profundamente injusta, desde el principio del mundo.
El espectáculo del derrumbe de Babilonia impresiona profundamente a todos los “habitantes de la tierra”: reyes, comerciantes y marinos mercantes se lamentan, no tanto por la ciudad en sí, sino más bien por el perjuicio personal que les representa, ya que su infame tráfico se ve arruinado por la desaparición de su principal socia y clienta.
En intenso contraste con la amargura de sus socios, en el cielo sólo hay júbilo ante la ejecución del juicio de Babilonia, que es una expresión clara de la justicia de Dios en acción. La corte celestial prorrumpe en alabanzas a Dios por esta causa. El juicio ejecutado demuestra que es Dios, y no el dragón, quien reina.
A esta causa de júbilo se le une otra, estrechamente relacionada: Mientras que la gran ramera es destruida, la santa novia de Jesucristo se prepara para su matrimonio, vestida de la blanca pureza de las acciones de los creyentes. Un ángel pronuncia la cuarta bienaventuranza del libro, para los que son invitados a la cena de bodas del Cordero. Notablemente, la cena en sí no es descrita en estos cánticos preparatorios.
Sin embargo, el anuncio mismo de las bodas del Cordero causa en Juan tal impresión, que cae a los pies del ángel que le habla, dispuesto a adorarlo. El ángel impide tal acción espontánea, ya que, le dice a Juan, él es sólo otro siervo de Dios; es a éste y no a sus servidores a quien hay que adorar. La declaración angelical “el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” subraya la naturaleza cristocéntrica de la profecía bíblica.
Ahora Juan tiene una visión de Jesucristo, llamado “el fiel y verdadero”. Monta un caballo blanco, lleva escrito su nombre –indicativo de su realeza- “Rey de reyes y Señor de señores”. A diferencia de las bestias y los reyes de la tierra, y como Dios Padre, juzga con justicia. Su mirada es penetrante, su ropa está tinta en la sangre de su propio sacrificio, y, aunque lo acompaña una hueste celestial –tal vez los ángeles, tal vez los santos- no necesita para ejecutar el juicio otra arma que la poderosa Palabra de Dios, la “espada” de su boca.
La mortandad causada por este juicio divino, cuya ocasión es sin duda la Parusía o segunda venida visible del Señor, es descrita mediante una convocatoria a las aves de rapiña a devorar los restos de la matanza. Aquí se retoma la batalla final ya anunciada en el capítulo 16, liderada por la bestia y el falso profeta. Pero ni todos los ejércitos de la tierra juntos son rivales para Cristo y su Palabra. La derrota de los poderes malignos es completa, como lo indica el hecho de la completa mortandad y el consecuente “banquete” de las aves rapaces, llamadas a saciarse con las “carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes”.
El reino de mil años, el juicio y la eternidad
(Apocalipsis 20-22)
A continuación sigue el pasaje que tiene el dudoso privilegio de ser el más controvertido de toda la santa Biblia. Se menciona la prisión y atadura de Satanás y el reino de los Vencedores, en ambos casos por mil años. La mayoría de los intérpretes cree que ambos acontecimientos ocurren durante el mismo período, el llamado milenio.
Juan ve un ángel que prende al dragón y lo encierra en el abismo por mil años, para que no engañe a las naciones por dicho plazo. Acto seguido, ve unos tronos, donde se sientan aquellos a quienes es dado juzgar: son los vencedores, los que no se han doblegado ante el poder de la Bestia ni han recibido su marca. Estos viven y reinan con Cristo por mil años. Su retorno a la vida se describe como la “primera resurrección”, y Juan pronuncia una bienaventuranza –la quinta del libro- sobre estas personas, que no pueden ser dañadas por la segunda muerte. A diferencia de estos privilegiados, y en contraste con ellos, el resto de los muertos no experimenta este retorno a la vida ni pueden, desde luego, desempeñar las funciones de juicio, reinado y sacerdocio.
Cuando se cumplen los mil años, Satanás ha de ser soltado –implíctamente por decreto divino- y reúne a todas las fuerzas de las naciones opuestas a Dios, llamadas simbólicamente Gog y Magog. El numerosísimo ejército intenta atacar a los siervos de Dios sobre la tierra, que en conjunto se describen como “el campamento de los santos, la ciudad amada”. Sin embargo, antes de que ello ocurra, desciende fuego del cielo, enviado por Dios, y consume las hordas satánicas; el dragón es enviado al mismo lago de fuego que es la morada de la bestia y su falso profeta.
Lo siguiente que ve Juan es un gran trono blanco, con alguien sentado en él. Tierra y cielo “desaparecen” ante el trono que todo lo llena. Hay una resurrección, que aunque no es así nombrada debe de ser la segunda. En contraste con la primera, en que sólo una parte de los difuntos participaba, en ésta “todos los muertos, grandes y pequeños” están de pie ante el trono. La muerte y el Hades, y hasta el mar, se ven forzados a entregar hasta el último de los muertos. Se abren los libros celestes que contienen las obras de cada uno, y el Libro de la Vida. Todos los que no se hallaron en este último corren la misma suerte que la “trinidad satánica”. Asimismo, la muerte y el Hades son también eliminados de la misma forma.
La principal dificultad de 20:1-10 surge a la hora de determinar la relación entre el milenio y la Parusía. En términos generales, se denomina premilenaristas a quienes creen que la Parusía ocurre antes del milenio, y postmilenaristas a los que piensan que la Parusía ocurre al final del milenio.
Una razón importante que dificulta la interpretación del pasaje es que no hay otro lugar en toda la Biblia que mencione explícitamente este período de mil años. Por tanto, todos los intérpretes deben realizar suposiciones cuya naturaleza es obviamente diferente entre pre y postmilenaristas, y explican las conclusiones divergentes.
Como se ha visto reiteradamente, Juan presenta la revelación que ha recibido en forma de visiones que recapitulan una y otra vez la historia humana y divina, desde diferentes puntos de vista. La recapitulación más obvia ocurre a mitad del libro: El Cap. 12 nos retrotrae en el tiempo con respecto a los acontecimientos del Cap. 11.
Ciertos indicios internos nos permiten dividir las secciones del libro tal como se ha hecho aquí: Cap. 1-3, Cap. 4-7, Cap. 8-11, Cap. 12-14 y Cap. 15-16. Sin embargo, hay argumentos tanto en pro como en contra de que ocurra otro tanto entre los Cap. 19 y 20. Aunque el tema merece discusión, ella escapa de los límites del presente resumen; por tanto, me limitaré a ofrecer mi propia comprensión del pasaje, que se halla en línea con la sostenida por el cristianismo histórico
Creo que con el Cap. 20 se inicia una nueva sección paralela. Los principales argumentos pueden resumirse como sigue:
1. El capítulo 19 concluye con la completa destrucción de las naciones enemigas de Dios, de cuya carne se sacian las aves de rapiña. Sin embargo, en 20:3 la existencia de las naciones se presupone al decir que el propósito de la atadura del dragón es impedirle que las engañe, y que de hecho son engañadas por él al final del milenio.
2. En otras partes del Nuevo Testamento hay referencias a la atadura y derrota de Satanás: Mateo 4:11; 12:28s; 28:18-20; Lucas 10:18; Juan 12:31; 16:11; Romanos 16:20; Efesios 1: 20s; 6:16; Colosenses 2:15; Hebreos 2:14s; Santiago 4:7; 1 Pedro 5:8s; 1 Juan 2:13s. Ya durante el ministerio terrenal de Jesús, y en especial desde su resurrección gloriosa, Satán es un enemigo derrotado.
3. Por real que sea, la restricción de Satanás no es completa; él es atado con el propósito específico de impedirle “engañar a las naciones”. En el pasado podía hacer esto con gran libertad, pero actualmente no; véase Hechos 14:16s. Ahora el evangelio es predicado hasta lo último de la tierra, y todos pueden aceptar la salvación. Cuando Satán sea liberado, sólo aquellos obcecados que a pesar de la predicación se hayan negado a rendirse a Jesucristo serán la fácil presa del engaño satánico, consistente en hacerles creer que pueden vencer a la Iglesia del Cordero.
4. La identidad de aquéllos que Juan ve reinar con Cristo puede inferirse a partir de la visión del quinto sello en el mismo libro; basta comparar las descripciones para entender que se trata de las mismas personas:
6:9 |
20:4 |
las almas de los que habían muerto |
las almas de los decapitados |
por causa de la palabra de Dios |
por causa del testimonio de Jesús |
y del testimonio que tenían |
y por la palabra de Dios |
5. El lugar del reinado no se indica. Sin embargo, con excepción de los tronos satánicos (2:13, 16:10) siempre que Juan menciona tronos se halla en el ámbito celestial. Es más, el sitio en el trono que el mismo Señor promete es celestial (3:21). Por otra parte, no dice que se trate de personas físicamente resucitadas, sino de almas que revivieron. Por tanto, el pasaje señala un reinado celestial e invisible de los que han vencido en Cristo.
6. La expresión “primera resurrección” debe referirse a la resurrección espiritual del alma de los que mueren en Cristo. Quienes dicen que si la “segunda” resurrección previa al juicio es física la primera también debe de serlo, no consideran la estructura “cruzada” de las resurrecciones y las muertes que Juan presenta:
La primera resurrección es espiritual;
la primera muerte (no mencionada) es física;
la segunda resurrección (no mencionada) es física;
la segunda muerte es espiritual
Esta estructura se corresponde bien con las palabras del Señor registradas en Juan 5:24s, 28s: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida. De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán ... No os asombréis de esto, porque llegará la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; pero los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.” El Señor se refirió a la muerte espiritual y física en la misma frase (Mateo 8:22). En muchos pasajes es claro que es necesario resucitar espiritualmente para tener entrada al cielo; por ejemplo, Romanos 5: 17; 6:1-11; 2 Corintios 5:14s; Efesios 2:5s.
7. Finalmente, la rebelión final de Satanás tiene sus paralelos en el mismo libro de Apocalipsis. La “batalla de aquel gran día del Dios todopoderoso”, mencionada en Apocalipsis 16:13-16 parece la misma que la de Gog y Magog. La destrucción por fuego se menciona en Pedro 3:7,10 y 2 Tesalonicenses 1:8- 2:12.
Por todo lo anterior, es razonable admitir que el espacio aquí descrito como de mil años es el período que va desde la primera hasta la segunda venida de Cristo. Ello exige, claro, que tomemos los “mil años” como una expresión figurada de un tiempo extenso. ¡Esto no presenta mayor dificultad que considerar como figurada la cadena con la que el dragón es atado! Nos hallamos en terreno firme dada la naturaleza del libro y el hecho indisputable que las otras dos menciones bíblicas de un período de mil años son figuradas, y muestran que Dios no está limitado por el tiempo. El Salmo 90:4 dice “Ciertamente mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche”. Por su parte, ante las burlas por la supuesta demora del Señor en retornar, se declara: “Pero, amados, no ignoréis que, para el Señor, un día es como mil años y mil años como un día” (2 Pedro 3:8).
En resumen, Satanás tiene su poder limitado durante la presente era del evangelio, y hasta poco antes de que el Señor vuelva el evangelio puede ser predicado a las naciones. Entre tanto, los que han muerto en Cristo y que el mundo cree derrotados, en realidad viven para Dios y ya reinan con Él. Sin duda este mensaje ha de haber sido mucho más alentador para la Iglesia perseguida que la noción de algún reino terrenal en un futuro remoto. Al final del milenio el dragón es soltado y lanza su ofensiva final, sólo para ser vencido fácilmente y arrojado al lago de fuego. A esto le sigue el juicio universal y la aniquilación de la muerte.
Una vez concluído el juicio, Juan ve nuevos cielos y tierra. El mar, lugar tenebroso y misterioso, ya no existe. Ahora la Jerusalén celestial desciende del cielo, y allí Dios habrá de morar con Su pueblo por la eternidad, poniendo fin a todo temor, angustia o dolor. Los que vencen como Cristo venció, es decir, enfrentando con valor el sufrimiento y aún la muerte, son los coherederos de Jesucristo y habitan la santa ciudad, mientras que todos los impíos quedan excluidos de ella por la eternidad.
La majestuosidad de la Jerusalén celeste, nuestra morada eterna, contrasta con la burda y llamativa vestimenta de Babilonia tanto en calidad como en cantidad. Todo en la ciudad divina es majestuoso, bellísimo, perfecto. La ciudad no necesita un templo donde los fieles se congreguen para adorar, pues la presencia de Dios y del Cordero está en toda ella, y los salvos de todas las naciones adorarán allí por siempre, en una perpetua y perfecta comunión.
Al modo de un paraíso restaurado y perfeccionado, del trono divino fluirá un río y a su vera estará el árbol de la vida. Los vencedores serán pastoreados y guardados por Dios, gozando el privilegio, prohibido desde la caída de Adán, de verlo cara a cara.
El libro concluye con declaraciones de la justicia de Dios y el mandato de dar a conocer esta revelación, pues “el tiempo está cerca”. El Señor anuncia que viene pronto, y con Él su recompensa. Ahora se oye la séptima bienaventuranza para los seguidores del Cordero, que habitarán la ciudad santa. Jesús mismo da testimonio del mensaje. El Espíritu Santo y la Iglesia claman por la venida del Señor.
Tras una solemne advertencia en contra de quitar cosas del libro, o añadirle algo a la profecía, el Señor anuncia una vez más su venida, esperada con júbilo por los suyos. Y con este mensaje de esperanza, consuelo y fortaleza, Juan el profeta bendice a sus hermanos y se despide de ellos.
III. Bibliografía selecta
Los comentarios sobre Apocalipsis son legión, y de valor muy dispar. Solamente menciono algunos de los que me han resultado más útiles. Asimimismo, son muy recomendables las notas de la Edición de Estudio de las Biblias Reina-Valera 1995 y Versión Popular de las Sociedades Bíblicas Unidas, que constituyen una suerte de “minicomentario”.
Barclay W: Apocalipsis (NTC). Buenos Aires: La Aurora, 1975.
Bartina S: La Sagrada Escritura: Texto y comentario por profesores de la Compañía de Jesús, NT Vol. 3. Madrid: BAC, 1967.
Bauckman R: The theology of the Book of Revelation. Oxford: Oxford University Press, 1997.
Beasley-Murray GR: Apocalipsis. En Nuevo Comentario Bíblico. El Paso: Casa Bautista, 1977.
Bonnet L, Schroeder A: Comentario del Nuevo Testamento. Buenos Aires: Junta Bautista de Publicaciones, sin fecha (original 1891).
Bray JL: A look to the Book of Revelation. Lakeland: John L. Bray Ministry, 1984.
Bruce FF: The Revelation to John. En A Bible Commentary for today. London: Pickering & Inglis, 1979.
Caird GB: The Revelation of Saint John . Peabody: Hendrickson, 1966.
Carpenter WB: The Revelation to St. John. En C.J. Ellicott, A Bible Commentary for Bible Students, Vol. 8. Edinburgh: Marshall Brothers, sin fecha (Ca. 1890).
Cerfaux L, Cambier J: El Apocalipsis de San Juan leído a los cristianos. Madrid: Fax, 1972.
González Ruiz JM: Apocalipsis de Juan. Madrid: Cristiandad, 1987.
Grau J: Estudios sobre Apocalipsis. Terrassa: CLIE, 1977.
Hendricksen G: Hacemos más que vencer. Bogotá: La buena semilla, 1965.
Henry M: Matthew Henry’s Commentary on the whole Bible. Peabody: Hendrickson, 1991 (hay versión en español de CLIE, pero el enfoque doctrinal es opuesto al original).
Hughes PE: The Book of Revelation: A commentary. Leicester: Inter-Varsity Press, 1990.
Ladd GE: El Apocalipsis de Juan: Un comentario. Miami: Caribe, 1988.
Metzger BM: Breaking the code. Nashville: Abingdon Press, 1993.
Morris L: El Apocalipsis: Introducción y comentario. Buenos Aires: Certeza, 1977.
Salguero J: Profesores de Salamanca: Biblia comentada, Vol. 7. Madrid:BAC, 1965.
Summers R: Digno es el Cordero. El Paso: Casa Bautista, 1981.
Vanni U: Apocalipsis. Buenos Aires: Ediciones Paulinas, 1980.
Wainwright AW: Mysterious Apocalypse . Nashville: Abingdon, 1993.
Wall RW: Revelation (NIBC 18). Peabody: Hendrickson, 1991.
Para el punto de vista futurista dispensacional, que a mi juicio es básicamente erróneo pero hoy muy popular en muchas iglesias, pueden verse las notas de la Biblia Anotada de Scofield. Hay un enorme número de comentarios con este enfoque (la mayoría recientes, ya que esta interpretación es comparativamente nueva). Menciono sólo dos: el de Charles C. Ryrie, Apocalipsis (CBP, Grand Rapids: Portavoz, 1981) por su claridad y concisión, y el de Evis L. Carballosa, Apocalipsis: La consumación del plan eterno de Dios (Grand Rapids: Portavoz, 1997), por su extensión, carácter polémico e indudable erudición.
IV. Tabla de secciones paralelas
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